Por Juanjo Pérez, Secretario de la ETS de Ingenieros Industriales.

Me ha vuelto a ocurrir. No sé cómo lo hago pero me ha vuelto a ocurrir. De los más de cuatrocientos profesores que imparten docencia en la Escuela, he batido el récord de pertenencia a tribunales de evaluación de Trabajos Fin de Grado: treinta y cuatro tribunales, que se dicen pronto. Pero, déjenme que les cuente. Desde el principio…

Los antiguos Proyectos Fin de Carrera (PFC) se llaman ahora, en Bolonia, Trabajos Fin de Grado (TFG) o Trabajos Fin de Máster (TFM), según se trate de un título u otro. Yo no sé ustedes, pero yo fui uno de aquellos que defendió su PFC ante un tribunal. Corría el año 1992 y era joven. Aquel día me había puesto un traje, mi único traje, que me había comprado para la ocasión. La presentación, elaborada con diapositivas, la había ensayado hasta el hartazgo de mi familia que amenazaba con echarme de casa si ensayaba una vez más. Así, cuando el presidente del tribunal dijo aquello de “puede comenzar su presentación”, arranqué con la frase que tenía preparada y supe que había acabado cuando dije aquello de “con esto quedo a disposición del tribunal...”. Poco tiempo después, la Escuela reservó la defensa oral de los proyectos a aquellos trabajos de excelente valía, lo que en la práctica significaba que los alumnos solamente entregaban en ventanilla los proyectos y los recogían unos días después junto con su nota sin necesidad de tartamudear en público.

masterchefAsí que, dejen que cuente… veintidós años después de que yo leyera, la semana pasada me tocó formar parte de treinta y cuatro tribunales de TFG, actuando en ellos como Presidente o Secretario. Y digo actuando porque me sentía como Jordi Cruz en MasterChef criticando con cariñosa dureza a los alumnos que allí, algunos con desparpajo y algunos con más nervios que un Teletubbie en una película porno, se afanaban por presentar, eso sí con PowerPoint, sus Trabajos Fin de Grado.

Hubo de todo: algunos trajeados, otros simplemente combinados e incluso alguno se presentó en bermudas alegando que “nadie me dijo que tenía que venir arreglado”; hubo quien derrochó una verborrea que ya quisiera para sí algún político, mientras que otros temblaban tanto que uno sufría viéndolos; y algunas presentaciones dejaban meridianamente claro lo que había hecho el alumno y su importancia, mientras que otras, tras concluir, dejaban a los miembros del tribunal mirándose entre ellos con el gesto de no saber qué preguntar.

A pesar de que reconozco mi reticencia inicial a que se defendieran en público los TFG –piénsese en el coste total del servicio– personalmente creo que agrega un importante ingrediente a la formación del ingeniero: cuando el trabajo y la presentación están bien hechos, las palmaditas en la espalda y vítores en público dejan en los labios del alumno el sabor de la recompensa y del reconocimiento. Por el contrario, cuando el trabajo o la presentación tienen defectos importantes, la crítica a bocajarro y sin paños calientes del tribunal proporciona una lección que, si se hace bien, será muy formativa para el alumno. ¡Esperemos que valga la pena!