Por Agustín Pascual, Colegiado nº4579
Existen grandes frases ligadas al mundo de la gestión de los residuos. No son precisamente refinados postulados técnicos o científicos. No suelen figurar tampoco en los manidos argumentarios de lo políticamente correcto. Son pequeños trozos de realidad que alguien del sector, en un momento afortunado, recogió y condensó en forma palabras que han llegado, boca a boca, hasta nuestros días.
“El principal problema de la basura es que se la llevan”. Hace quince años escuché esta frase por primera vez en boca de un responsable de una empresa concesionaria de servicios de recogida de residuos urbanos. Hoy, después de tanto tiempo, nada ha cambiado.
La realidad oculta detrás de la frase es muy profunda. La frontera entre el mundo que conocemos como ciudadanos y todo el sistema legal, técnico y económico construido alrededor de la gestión de residuos urbanos es, ni más ni menos, el contenedor donde depositamos la basura. Y es en este lugar mágico y maravilloso donde, con frecuencia normalmente diaria y de un modo siempre misterioso, la basura que depositamos desaparece, se la llevan.
“El principal problema de la basura es que se la llevan”. Poca gente sabe con detalle qué ocurre en ese complejo y amplio mundo que hay más allá del contenedor donde confluyen responsabilidades de administraciones públicas (locales y supramunicipales), grandes concesiones de servicios públicos o empresas públicas que llevan a cabo dichos servicios, obligaciones en materia de cumplimiento de normativa ambiental europea y sus transposiciones al ordenamiento jurídico interno, grandes inversiones en tecnología e instalaciones de gestión de residuos, actuaciones de entidades teóricamente sin ánimo de lucro, etc.
¿Qué sabemos de todo ello cómo ciudadanos y usuarios del sistema de gestión de residuos? ¿En qué nos afecta? ¿Cuándo nos moviliza o nos preocupa?.La triste realidad es que, en general, no nos importa mucho, o al menos no ha venido importándonos mucho en todo este tiempo. Y esto es debido a que, tal como dedujo nuestro sesudo inventor de la gran frase de hoy, el principal problema de la basura es que se la llevan. Desaparece. Dejar de ser un problema para nosotros desde el momento que la depositamos en el contenedor.
Bueno, vale, admitamos barco. Hay momentos donde todo este tema de repente adquiere gran importancia para nosotros: cuando nos tocan el bolsillo. Cuando todos nosotros, ciudadanos medioambientalmente concienciados, defensores la correcta gestión de los residuos, de repente notamos en nuestras cuentas corrientes el significativo aumento en los tributos y tasas a entidades locales y/o consorcios supramunicipales para la construcción y puesta en marcha de nuevas y modernas instalaciones de tratamiento de residuos; cuando tenemos que hacer frente a este malvado y siempre inconveniente gasto (como el pago del IBI o el seguro del coche), de repente la gestión de residuos adquiere gran importancia y trascendencia para todos nosotros.
Y es que la magia, queridos amigos, al igual que la fama, cuesta. En este caso no sudor y esfuerzo, sino dinero. Da para más frases célebres el análisis riguroso y detallado de la justificación o no de las enormes inversiones y costes de explotación a las que todos tenemos que hacer frente. De cuánto cuestan las cosas y los recodos por donde se va quedando el dinero. Pero al final, y aquí es donde viene la injusticia y el principio del fin de este pequeño escrito, es un dinero que tenemos que pagar entre todos… y por igual.
Todos los grandes planes estratégicos en materia de gestión de residuos, así como la normativa existente, nos hablan del fundamento de las operaciones de gestión de residuos. En todos ellos se habla del importante papel que tienen los ciudadanos en la prevención de la producción de residuos y la separación en origen de los mismos para favorecer las posteriores etapas de reutilización, reciclado, valorización y eliminación de estos residuos. El ciudadano es fundamental y su información y concienciación son siempre objetivos principales de estos grandes planes.
Y me pregunto yo, ¿realmente se premia al ciudadano por su involucración y participación en todo el sistema? Es sencillo responder a la pregunta con un pequeño ejemplo: usted es un ciudadano ejemplar, separa correctamente la basura en su casa en las diferentes fracciones orgánica/resto/envases/vidrio/papel-cartón, separa también las pilas y las lleva a los centros de recogida correspondientes, incluso es capaz de ir al ecoparque y llevar allí algún electrodoméstico viejo, algún colchón o mueble que ya no usa, o restos de alguna pequeña chapuza hecha en casa. Su vecino de enfrente, ese que es tan escandaloso y aparca casi en su plaza de garaje, por otro lado, no hace nada de eso. Mezcla todos los residuos y los deposita en el contenedor de fracción resto, incluso tira en los mismos las pilas, residuos voluminosos y cualquier trasto que tenga por casa.
¿Qué diferencia existe entre ustedes dos, más allá de cuestiones éticas, morales y de conciencia? Lamentablemente ninguna. El sistema les trata exactamente por igual. El sistema les va a cobrar exactamente lo mismo a cada uno. El sistema va a aplicar en ambos casos la misma magia. Tanto si depositas correctamente tus residuos como si no haces ningún esfuerzo al respecto, al final, la basura, se la llevan.
No es cuestión de poner precio a la conciencia y los valores de cada uno. Es cuestión de tratar de ser justos en la medida de lo posible. Incentivar, premiar el buen uso del sistema. No acordarse sólo de los usuarios para cobrarles religiosamente por el mismo. Ejecutar las tareas de vigilancia e inspección que las autoridades públicas tienen encomendadas y que no llevan a cabo casi nunca.
No centrarse casi exclusivamente en aplicar la magia y hacer desaparecer el problema. No esperar a que sea demasiado tarde y, de repente, despertar todos del sueño. Es cuestión de tratar de ser justos, premiando e incentivando a quienes realmente se preocupan. Al final todo acaba reduciéndose a una cuestión personal.