Por Alejandro Marín Arcas, Presidente del Comité Ejecutivo de CLAIU

El lugar de la Conferencia era el Brussels Meeting Center, y el tema “El Carnet Profesional de Ingeniero, en la Directiva Europea”. Lo organizaban los Ingenieros Agrónomos Italianos (que siempre se han portado bien conmigo), por lo que preparé a fondo los veinte minutos de speech con posterior turno de ruegos y preguntas, en inglés.

Por otro lado, en aquellos momentos  y en espera de que me prepararan unos implantes, “funcionaba “ con una pieza dental ortopédica, que tenía cierta tendencia al “baile”y que me producía un cierto “ceceo” cuando hablaba en castellano, y unos sonidos no muy identificables en otros idiomas.

Llegada la víspera del evento, me alojé donde era habitual para mí  en aquellos días, un hotel céntrico, económico y confortable, y me encaminé al Mokafe, en la Galería Saint Hubert, donde planeaba comer algo ligero y acostarme temprano. Había pedido un sándwich de jamón y queso, por lo que me sorprendió ver al camarero trayéndome un bocadillo de tamaño más que regular. Como no tenía ganas de esperar más, me dispuse a dar buena cuenta de aquello, ayudado por una jarra de cerveza bien fría.

Estaba en ello cuando un chasquido me quitó las ganas de seguir comiendo. Me fui al baño y, en efecto, allí estaban las dos piezas en que se había partido el “aparato”, y que no había manera de volver a enganchar. Iba para el hotel totalmente desolado, pensando en los centenares de problemas matriciales que me costó aprobar la Mecánica de segundo, cuando recordé el espíritu que me imbuía en aquellos tiempos de no darme nunca por vencido , así que me dirigí a la recepcionista y le pedí  “a pair of pliers”. Viendo su cara de extrañeza le dije que era “to fix a wheel of my suitcase”. La chica que hablaba un buen francés con acento argentino, no sé lo que entendería de aquella jerga inglesa porque yo hablaba manteniendo el labio superior totalmente rígido para evitar darle un shock. Lo sorprendente es que apareció con unos magníficos alicates.Tras un rato de estirar, doblar y apretar, aquello se quedó pegado al paladar como si hubiera pertenecido allí toda su vida.

Alejadro-Marin-Brussels

A la mañana siguiente, tras superar la prueba de fuego del desayuno, me encaminé a la Conferencia. Después de hablar con algunos colegas en francés, inglés e italiano, comprobé en un espejo que la pieza parecía soldada al paladar. Así que ya me vine arriba del todo, dirigiéndome al atril con la misma cadencia que llevaba John Wayne en las películas del Oeste.

Y debió ir bien la cosa porque además de los usuales aplausos de cortesía, mi colega italiano me hizo varios obsequios, entre ellos un magnífico “roller” amarillo, diseño italiano, que  conservo como recuerdo de aquella charla.