Por Jacobo Illueca, vocal de la Junta de Gobierno del COIICV.
Las avalanchas de demanda de empleo, como la que el grupo sueco IKEA recibió el pasado mes de diciembre, con 100.000 peticiones para cubrir las 400 plazas de su nuevo centro de Alfafar, se han convertido, por desgracia, en acontecimientos habituales de nuestra sociedad. Con una tasa de desempleo del 26% y un paro juvenil aferrado en el 57% para el año 2013, muchos de los jóvenes españoles se debaten entre la resignación y la emigración en busca de un futuro que colme sus expectativas. Entre ellos, los ingenieros industriales recién egresados o finalizando sus estudios, que ya se enfrentan a este dilema con cierta angustia.
Y razón no les falta para sentirse así. Son numerosos los reportajes publicados en los medios de comunicación que describen los casos de “fracaso” entre los emigrantes jóvenes españoles. Licenciados de distintas ramas sirviendo paella con guisantes y chorizo en bares ingleses o empleados de hotel en Noruega son algunos de los ejemplos de lo que nos podemos encontrar fuera y que, sin duda, frenan a muchos de nuestros ingenieros a partir rumbo al extranjero. Con esas condiciones, ¿qué atractivo puede encontrar un joven ingeniero industrial en la emigración?
En primer lugar, para responder a esa pregunta cabría conocer qué atractivo existe si se quedan. Como bien es sabido, el tejido industrial valenciano lo componen, principalmente, pequeñas y medianas empresas (pymes). De hecho, de acuerdo con una publicación de la Cámara de Comercio de Valencia, el 94% de las empresas de la Comunitat son microempresas (menos de 10 trabajadores). Además, un estudio recientemente publicado por la consultora McKinsey&Company revela que las PYMES españolas no pueden o no van a dedicar recursos para entrenar a recién titulados. Es más, asegura que el 70% de las microempresas prefieren contratar empleados con cierta experiencia laboral, hecho éste que indudablemente se ve favorecido por las altas tasas de desempleo actual. Con ello quiero subrayar la importancia de poner todos los conocimientos adquiridos a lo largo de nuestra formación académica a disposición de las empresas que sí lo demanden, aunque sea mediante la movilidad geográfica.
Siguiendo esta línea, recientemente tuve la ocasión de viajar a la ciudad de Múnich, donde pude comprobar las condiciones de vida de muchos ingenieros industriales españoles menores de 35 años, que por diferentes motivos decidieron emigrar a Alemania. Las conclusiones no pueden ser más reveladoras: puestos de responsabilidad en la empresa, salarios superiores a los 60.000 euros brutos anuales, 30 días de vacaciones al año y amplias prestaciones sociales. ¿Fracaso? Nada más lejos de la realidad. Ello demuestra que el ingeniero industrial está ampliamente preparado para aportar valor a la empresa en el marco europeo.
A este respecto, la consultora Towers Watson describe, en su informe Global Talent (2021), el perfil profesional de mayor demanda a corto y medio plazo. Entre las aptitudes más buscadas destacan la formación técnica, el conocimiento de idiomas y competencias tales como la adaptación del perfil profesional al cambio y capacidad para trabajar en equipos multidisciplinares e internacionales. Todas estas cualidades son, sin lugar a dudas, fácilmente adquiridas durante experiencias en el extranjero.
En definitiva, los jóvenes ingenieros industriales disponen de una alta cualificación técnica que permite su adaptación a los nuevos modelos productivos impuestos por los procesos de globalización. Estancias en el extranjero de mayor o menor duración deben ser vistas como un complemento a su formación de inestimable valor que les situará, indiscutiblemente, entre los puestos de vanguardia de los profesionales del siglo XXI.