Viajar en el espacio es todo un privilegio, y viajar por el tiempo una obligación. Tenemos muchos billetes, tantos como librerías, solo debemos coger el nuestro y observar con mente abierta. Veremos muchas cosas y podremos darnos cuenta como el mundo no lo hemos inventado hoy, y que al igual que la moda los hechos calientan banquillo para volver a ocurrir. Hagamos un poco de turismo económico.

Corría un caluroso día de julio de 1927 cuando una serie de notables e ilustres banqueros, de esos de sombrero de copa, puro en la mano y monóculo en el corazón, decidieron reunirse en un majestuoso lugar. Corrían las risas, las buenas palabras, también los momentos incómodos, todo con un fin, y menudo fin. La reunión tiene lugar hoy, pero empezó a gestarse años atrás.

Remontémonos, por una serie de desastrosas situaciones, Reino Unido se enfrentaba a una dolorosa situación de solvencia que generaba a su vez un turbulento movimiento social en sus calles. 9 días de huelga general, entre el 4 y el 13 de mayo de 1926 convocado por los sindicatos británicos con un eslogan claro, impedir un empeoramiento de las condiciones laborales de los mineros. Las soluciones políticas, difíciles, la elegida, más que discutible a ojos de la historia.

En lugar de una corrección, permitiendo ganar competitividad perdida, se presionó a los banqueros a fin de propiciar crédito barato que elevara la demanda (incentivar la demanda interna, que de algo nos suena en estos tiempos). Operación que puso en problemas a los bancos británicos, pues debieron pedir a su vez prestado a otros bancos, concretamente franceses y alemanes. Por aquel entonces, el dinero era una representación del oro de las naciones (un cierto patrón oro), lo que, en última instancia, permitía a los acreedores reclamar sus deudas no en moneda local (si estas no les ofrecieran confianza), sino en oro. ¿Qué ocurrió? Lo que tenía que ocurrir, una pérdida generalizada de la confianza en la moneda que solo se podía solucionar elevando el tipo de interés (endureciendo el acceso al crédito) no contando con el visto bueno de la clase dirigente.

Como destacó en la reunión de ese caluroso día de julio el notable banquero anfitrión, y como está ocurriendo recientemente, quedaba por darle a la economía “un último golpe de whiskey”, pero como en la vida real, uno debe decidir si parar de beber y enfrentar una gran resaca o morir de cirrosis.

Llegó el día, auspiciado por Montagu Norman (gobernador del Banco de Inglaterra), Benjamin Strong (presidente de la FED, el Banco Central de Estados Unidos, nuestro notable anfitrión) reunió a los banqueros más importantes en Long Island, con una consigna, no dejar caer la economía británica (básicamente no exigir la convertibilidad en oro de sus libras). Francia y Alemania no cedieron, y solo quedaría un aliado, la FED, que se comprometió a un crédito barato, elevando la liquidez y la facilidad de endeudarse ayudando a su aliado inglés.

A nuestro banquero anfitrión, esta circunstancia no le quedaba ni lejos, ni desconocida. Strong, de manera colateral, le daría un nuevo impulso a su mercado como ya ocurrió en EE. UU anteriormente (concretamente en los inicios de los “felices años 20”). Pues dicho y hecho, monóculo, copa y puro en la mano, dicha reunión se saldó con un crédito de 12 millones de libras en oro, con los que hacer Inglaterra frente a sus desaguisados internos (¿qué nombre tiene aquel sistema que paga a los salientes gracias a las aportaciones de sus entrantes?).

El resto es historia, aunque no toda la historia se conoce con el mismo entusiasmo. Previo al crack del 29 y a la gran depresión que le siguió, en 1926 estalló una burbuja inmobiliaria, fruto entre muchas circunstancias, de un crédito que fluyó y del incremento de manera alarmante de la oferta monetaria (dinero en circulación, depósitos que pasaron de 28.270 millones de $ en 1924 a más de 47.000 millones solo unos años después), dinero que terminó en el circuito financiero e inmobiliario (bonos, acciones e hipotecas). El crecimiento de las bolsas (y posterior desplome) es bien sabido, pero no el crecimiento del sector inmobiliario que no respondía en modo alguno al crecimiento vegetativo de la población, las cuales, estimaban que, solo con los inmuebles construidos en los años 20, no se llegarían a ocupar todos hasta bien entrados los años 60 en determinados lugares. Cabe recordar que, una parte significativa de los ingresos municipales (en algunos casos hasta el 80%) provenían de la fiebre inmobiliaria (impuestos, tasas…).

Pero, ¿la historia se repite? Muy tozuda parece que es, y, en innumerables casos, observamos con perplejidad muchas similitudes. Si te ha gustado este viaje continua leyendo el artículo completo donde viajemos casi 100 años después, para ver dónde estamos, y de dónde venimos.

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José Campillo
Miembro del Consejo de Gobierno del COIICV
CEO de Ghatto
Miembro del Claustro del MBA de ETSINE Business School